sábado, 12 de octubre de 2013

Lejos de Veracruz, nostalgia hacia la vida


Por: José Luis Rangel Gasperín
La primera vez que escuché hablar de Enrique Vila-Matas, escritor español galardonado en 2001 con el Premio Rómulo Gallegos, fue aquella ocasión que vino a Xalapa durante el “Hay festival” y habló de una manera tan conmovedora –con una timidez todavía visible y aquel acento característico de los catalanes- sobre Pitol y “La ciudad de las flores”. “Si bien uno de mis autores preferidos es Sergio Pitol, Kafka es muy especial, y cuando vengo a Xalapa, de una u otra manera me lo mencionan, Kafka me persigue en Xalapa” expresó en aquella ocasión. Después de aquel evento, su nombre quedó en mi mente. No sabría sino mucho después, que al leerlo, su obra permanecería, como podría decir Cortázar, tatuada en mi memoria.   
Es, sin embargo, en Lejos de Veracruz donde nos presenta a un personaje que siempre estará acompañado por una sombra de fatalidad, como si su vida dependiera de ésta, como si fuese un componente indispensable. Otro fantasma lo persigue en su carrera: La luna de plata. Por esa razón, el susodicho Enrique Tenorio se ha prometido, escribiendo en un cuaderno de tres tucanes pintados, no volver nunca más a las playas de Veracruz.
A modo de dietario, el personaje se dedica a contar su historia.
Con una España en esos momentos franquista, nunca se podría pensar en un escenario con cielo azul. Los hermanos Tenorio –Antonio, Máximo y Enrique- tienen que sufrir, además de la atmósfera lúgubre de la dictadura española, la presencia de un déspota aún más injusto: Su padre.
Al crecer, Antonio Tenorio se fue acercando al campo literario, llegando incluso a conseguir un cierto éxito y buena recepción por sus libros. Máximo, azotado desde siempre por la figura del padre, que siempre le guardó un recelo sin razón aparente, mantuvo generalmente un carácter parco, volviéndose un pintor de “Esposas perfectas”. Y Enrique, el único sobreviviente de los Tenorio, se dedicó a viajar.
Sin embargo, es una de sus travesías la que le permite al personaje principal conocer el auténtico rostro de la miseria humana, la cara oculta de la vida misma. Es en la India donde, tras unos encuentros amorosos en un templo sagrado, Enrique sufre un accidente y le tienen que amputar el brazo. A partir de allí, la infamia comienza. 

Vila-Matas consigue, con esta narración, una situación bastante llamativa. En cierta manera, los personajes de Lejos de Veracruz se mantienen inmersos en una atmósfera frívola, completamente fatalista. Enrique Tenorio suele llegar en ocasiones al extremo de ser una especie de antítesis del Cándido de Voltaire,  ya que parecería como si fuese la desgracia y no el optimismo lo que aún le da ganas de vivir, lo que le permite mantenerse como es: Como un pobre y viejo manco.
A pesar de todo, Antonio y Máximo se suicidaron. Encontraron en el arte la mayor desolación, aquella forma de crear universos mágicos que no acaban sino en sus mentes, en el delirio de un dios completamente falible como lo puede ser un escritor o un dibujante. Hallaron el más grande de los tesoros, y fue su brillo el que acabó destruyéndolos. Enrique siempre tuvo la certeza de que a Máximo, el pintor empedernido, lo mataron. Un día, cuando él regresaba a Barcelona sin un brazo y con el espíritu completamente caído, se enteró que su timorato hermano se había mudado a la isla de Beranda con una caribeña conocida como Rosita Boom Boom Romero.
Al poco tiempo, se enteró que había muerto en el edén tropical.
Cuando llega Enrique al funeral, se da cuenta que acabaría enamorado para siempre de Rosita Romero. Acabaría amando hasta el fin a la mujer que asesinó a Máximo. Es entonces cuando él mismo se transforma en su mayor juez, culpándose de idolatrar a aquella mujer miserable que acabó con las esperanzas de los Tenorio.
¿Cómo acabará finalmente el cruento destino de Enrique, que estará para siempre destinado a escribir en un cuaderno de tres tucanes, amparado solamente por un brazo? ¿Por qué se suicidó Antonio? ¿A qué se debe esa nostalgia y esa furtiva aprensión a Veracruz, la tierra de la luna de plata? ¿Cuál fue la razón por la que el arte se volvió el verdugo de aquellos hermanos, destinados a la fatalidad desde pequeños?
Lo cierto es que Vila-Matas sí ha disfrutado sus estadías en “La ciudad de las flores” y eso lo podemos observar en la novela. Incluso llegó a escribir: “Fui a Xalapa como quien va a Comala”, expresando, con una simple frase, una ambigüedad que no nos permite saber si el español dice que los veracruzanos somos fantasmas, o formamos parte de un escenario memorable.
Vaya que Vila-Matas ha quedado tatuado en mi memoria.
     




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