Por:
José Luis Rangel Gasperín
Es, sin embargo, en Lejos de Veracruz donde nos
presenta a un personaje que siempre estará acompañado por una sombra de
fatalidad, como si su vida dependiera de ésta, como si fuese un componente indispensable.
Otro fantasma lo persigue en su carrera: La luna de plata. Por esa razón, el
susodicho Enrique Tenorio se ha prometido, escribiendo en un cuaderno de tres
tucanes pintados, no volver nunca más a las playas de Veracruz.
A modo de dietario, el personaje se
dedica a contar su historia.
Con una España en esos momentos
franquista, nunca se podría pensar en un escenario con cielo azul. Los hermanos
Tenorio –Antonio, Máximo y Enrique- tienen que sufrir, además de la atmósfera
lúgubre de la dictadura española, la presencia de un déspota aún más injusto:
Su padre.
Al crecer, Antonio Tenorio se fue acercando
al campo literario, llegando incluso a conseguir un cierto éxito y buena
recepción por sus libros. Máximo, azotado desde siempre por la figura del
padre, que siempre le guardó un recelo sin razón aparente, mantuvo generalmente
un carácter parco, volviéndose un pintor de “Esposas perfectas”. Y Enrique, el
único sobreviviente de los Tenorio, se dedicó a viajar.
Sin embargo, es una de sus travesías la
que le permite al personaje principal conocer el auténtico rostro de la miseria
humana, la cara oculta de la vida misma. Es en la India donde, tras unos
encuentros amorosos en un templo sagrado, Enrique sufre un accidente y le
tienen que amputar el brazo. A partir de allí, la infamia comienza.
Vila-Matas consigue, con esta narración,
una situación bastante llamativa. En cierta manera, los personajes de Lejos de Veracruz se mantienen inmersos
en una atmósfera frívola, completamente fatalista. Enrique Tenorio suele llegar
en ocasiones al extremo de ser una especie de antítesis del Cándido de Voltaire, ya que parecería como si fuese la desgracia y
no el optimismo lo que aún le da ganas de vivir, lo que le permite mantenerse
como es: Como un pobre y viejo manco.
A pesar de todo, Antonio y Máximo se
suicidaron. Encontraron en el arte la mayor desolación, aquella forma de crear
universos mágicos que no acaban sino en sus mentes, en el delirio de un dios
completamente falible como lo puede ser un escritor o un dibujante. Hallaron el
más grande de los tesoros, y fue su brillo el que acabó destruyéndolos. Enrique
siempre tuvo la certeza de que a Máximo, el pintor empedernido, lo mataron. Un
día, cuando él regresaba a Barcelona sin un brazo y con el espíritu
completamente caído, se enteró que su timorato hermano se había mudado a la
isla de Beranda con una caribeña conocida como Rosita Boom Boom Romero.
Al poco tiempo, se enteró que había
muerto en el edén tropical.
¿Cómo acabará finalmente el cruento
destino de Enrique, que estará para siempre destinado a escribir en un cuaderno
de tres tucanes, amparado solamente por un brazo? ¿Por qué se suicidó Antonio?
¿A qué se debe esa nostalgia y esa furtiva aprensión a Veracruz, la tierra de
la luna de plata? ¿Cuál fue la razón por la que el arte se volvió el verdugo de
aquellos hermanos, destinados a la fatalidad desde pequeños?
Lo cierto es que Vila-Matas sí ha
disfrutado sus estadías en “La ciudad de las flores” y eso lo podemos observar
en la novela. Incluso llegó a escribir: “Fui
a Xalapa como quien va a Comala”, expresando, con una simple frase, una
ambigüedad que no nos permite saber si el español dice que los veracruzanos
somos fantasmas, o formamos parte de un escenario memorable.
Vaya que Vila-Matas ha quedado tatuado
en mi memoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario